Por Hugo Cox.- Si el Chile que se quiere construir no se preocupa por las soluciones globales, lo más probable es que se erosionen los pactos democráticos surgidos de la democracia liberal y representativa. La historia reciente nos entrega múltiples ejemplos de la vulneración de los derechos humanos.
Asistimos hoy en el país a una grieta mayor, cuya crisis tiene en el estallido social un hito fundacional.
Pero demos un paso más hacia el pasado. Corría marzo de 1973; con todos los conflictos presentes, la Unidad Popular obtenía un alto porcentaje en las elecciones, y el Partido Comunista superaba el 14%. Se creía que la democracia no caería jamás, pero la realidad fue otra, y comenzó el camino hacia el golpe de Estado.
Hoy esos golpes ya no tienen soldados en las calles. Son golpes blancos, donde la policía reprime mientras algunos líderes como Milei en Argentina o Trump en EE.UU. representan una nueva forma de amenaza a las democracias. Estas atraviesan una crisis global, con tres variables fundamentales que las ponen en jaque:
A ello se suman desafíos globales: conflictos armados, tensiones geopolíticas crecientes, el debilitamiento de organismos multilaterales, y el avance de actores emergentes con intereses que subordinan el bienestar colectivo.
En Chile y América Latina, esto se vive con mayor intensidad. Nuestras democracias son más frágiles por problemas estructurales: corrupción, inseguridad, desigualdad, economía informal y debilidad institucional.
Mientras la mayoría quiere vivir en democracia, la desconfianza en las instituciones crece. Exigimos elecciones libres, pero cuestionamos la representatividad. Defendemos el Estado de derecho, pero los poderes públicos lo vulneran. Queremos libertad, pero muchos ceden derechos a cambio de seguridad.
Conversando con jóvenes universitarios, uno nota que no leen diarios, no ven noticias ni conversan en casa. ¿Por qué? Parece que la desesperanza se ha instalado en ellos.
Este malestar nace del deterioro democrático y de la pérdida de valor por lo público. Se ha instalado el cansancio, y con él, la desesperanza —una sensación que, aunque individual, puede transformarse en colectiva.
Esa desesperanza se alimenta de una exposición crónica a situaciones no gratificantes: política de trincheras, ausencia de soluciones reales, noticias falsas, entre otras.
Chile debe reconquistar lo mejor del legado liberal: rechazar los populismos y las soluciones mágicas. Hay que pensar estratégicamente las alianzas para construir pactos históricos sobre bases comunes. La experiencia muestra que entre el mundo liberal y el mundo iliberal no hay pactos sólidos, salvo alianzas coyunturales.
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