Por Hugo Cox.– Ha pasado más de una semana desde las elecciones de segunda vuelta para elegir gobernadores y este evento desapareció de la escena, para dar paso nuevamente al referente de la agenda: crimen, tráfico de drogas y La Moneda envuelta en sus propias declaraciones y conflictos, más una reforma al sistema electoral que es necesaria, pero cuya discusión pareciera estar entrampada entre los congresistas.
Toda esa maraña de situaciones lleva a que la clase política no aprenda de las lecciones de la elección pasada:
1.- Los extremos no fueron votados como se esperaba, léase republicanos, Partido Comunista y Frente Amplio.
2.- La votación estuvo dentro de los sectores con discursos más centrados en los acuerdos, léase Socialismo Democrático y, por el otro lado, Renovación Nacional.
3.- La elección se transformó en un laboratorio para probar estrategias tácticas y discursos.
El concepto de utilizar una elección como laboratorio de discursos implica analizar cómo las narrativas, estrategias retóricas y propuestas políticas se prueban y ajustan en función de las respuestas del público. Este enfoque permite observar el impacto de los discursos en diferentes segmentos de la población, evaluar su eficacia y, eventualmente, adaptar mensajes según los resultados.
El sujeto juega un rol fundamental en este «laboratorio», porque es el receptor activo de los discursos. Su comportamiento, opiniones y reacciones, tanto en términos de apoyo explícito como de rechazo, proporcionan datos valiosos para los actores políticos. Los votantes no son simplemente receptores pasivos; participan de manera activa, reinterpretando los mensajes según sus propias experiencias, valores y contextos sociales.
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Además, el sujeto como actor político influye directamente en el resultado al interactuar con otros sujetos (por ejemplo, en redes sociales o en su comunidad), lo que amplifica o contrarresta los efectos de ciertos discursos. En este sentido, las elecciones se convierten en una dinámica interactiva donde los mensajes políticos y las respuestas del público se retroalimentan constantemente.
La decodificación de los discursos desempeña un papel crucial en una campaña política, ya que determina cómo los mensajes emitidos por los candidatos o partidos son interpretados, internalizados y resignificados por los receptores. Este proceso no es automático ni uniforme: depende de múltiples factores, como el contexto cultural, las experiencias personales, las ideologías preexistentes y las estrategias comunicativas de la campaña. Veamos algunos roles clave de la decodificación:
Los discursos no son interpretados de manera literal por todos los receptores. Las personas decodifican los mensajes según sus marcos de referencia personales y colectivos. Por ejemplo, un mensaje sobre «progreso económico» puede ser entendido de manera distinta por un empresario que por un trabajador asalariado.
La campaña debe prever estas múltiples interpretaciones y diseñar mensajes que puedan resonar con diferentes segmentos de la población.
Un mensaje efectivo es aquel que, tras ser decodificado, logra conectar emocional o racionalmente con el elector, motivándolo a apoyar al candidato o partido. Esto puede implicar generar esperanza, indignación, temor o aspiraciones compartidas.
Si la decodificación del discurso es negativa (por ejemplo, es percibido como inconsistente, elitista o desconectado de la realidad), puede generar rechazo en lugar de apoyo.
La decodificación permite a los votantes verse reflejados en los valores, propuestas y objetivos del candidato. Esto contribuye a construir una identidad política compartida, fortaleciendo la lealtad y el compromiso del electorado.
Una campaña eficaz debe anticipar posibles interpretaciones indeseadas del discurso y contrarrestarlas mediante la construcción de un marco interpretativo claro. Por ejemplo, un mensaje polémico puede ser reformulado o acompañado de explicaciones para minimizar interpretaciones desfavorables.
Los adversarios también intentan influir en la decodificación, moldeando los discursos a su favor o deslegitimando las narrativas de sus oponentes.
En el contexto mediático actual, los discursos son constantemente analizados, debatidos y reinterpretados en redes sociales y medios tradicionales. La decodificación puede variar según cómo se mediatiza el mensaje y cómo los usuarios lo transforman al compartirlo, comentarlo o criticarlo.
Este proceso puede amplificar o distorsionar el mensaje original, por lo que es esencial monitorear y reaccionar rápidamente a las interpretaciones emergentes.
En resumen, la decodificación es el punto de contacto entre el discurso emitido y su impacto en el electorado. Una campaña que comprende este proceso y lo gestiona de manera estratégica puede maximizar su capacidad de influir, persuadir y movilizar a los votantes.
En la elección recién pasada, la derecha levantó un discurso en que la confrontación era el centro de su accionar: todo es malo, y el culpable siempre es el gobierno entendido como enemigo y no como adversario político. No hubo en ningún discurso una propuesta que se pudiera comparar y analizar.
Nos olvidamos rápidamente que muchos de los conflictos actuales deben ser enfrentados como Estado, como ocurrió con la pandemia. Fue el Estado el que salió a comprar vacunas y ponerlas a disposición de los ciudadanos, o de lo contrario, si cada ciudadano salía a comprar su vacuna, el conflicto aún estaría presente y a lo mejor con mayor intensidad. Si algo demostró la pandemia es que hay situaciones en que la salvación individual no sirve.
Definitivamente se debe aprender del pasado y sacar las conclusiones correspondientes.
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