Por Pedro Barría.- En esta ministerial época, podría uno preguntarse si existiendo un Ministerio de Relaciones Exteriores, ¿no podría existir también uno de Relaciones Interiores?
La pregunta es atingente dadas las serias falencias relacionales existentes en el país en las más diversas áreas: barrios, colegios, universidades, tránsito vial, familias, trabajos, política e instituciones que llevan a muchas personas y grupos a una instantánea reacción emocional violenta ante el menor estímulo. Pareciera que nos cuesta mucho entendernos con otras y otros. Estamos lejos de hacer realidad el lema de la mediación: conversando la gente se entiende. El principal déficit del país no es económico o financiero, sino de relaciones y confianza. ¿Nunca aprendimos a conversar y entendernos o es que lo olvidamos o lo perdimos por falta de práctica?
Valga considerar que para tener relaciones sanas, respetuosas y acogedoras, hay que aprender a hacerlo –desgraciadamente ninguna entidad o persona lo enseña– y practicarlo permanentemente para que no se olvide. ¿Contribuiría a ello un Ministerio de Relaciones Interiores?
Semánticamente, una de las acepciones del término ministerio, nos conduce a una respuesta negativa, pero otra podría llevarnos a un horizonte eventualmente más optimista si es que se cumplieran ciertas condiciones.
Ministerio es definido por el diccionario de la RAE (acepción primera) como un “Departamento del Gobierno de un Estado, encabezado por un ministro, que tiene bajo su competencia un conjunto de asuntos determinados”.
Contamos en Chile con un Ministerio del Interior y Seguridad Pública que realiza tareas preventivas de control y reactivo-represivas de persecución. Claramente dentro de sus funciones no se encuentra fomentar sanas relaciones interpersonales e intergrupales. Como Ministerio se ubica en un continuum vertical, no horizontal, respecto a las personas.
Sorprende que en este proceso constituyente, por lo menos hasta ahora, no se haya definido como finalidad de la educación –formal e informal– la formación de personas de mente y espíritu abierto, críticas y autocríticas, empáticas, con capacidad de escuchar, con aptitud para cambiar de opinión, con capacidad de contención, dialogantes y finalmente tolerantes y ponderadas.
Ese magno objetivo es digno de un verdadero ministerio nacional, en el sentido de la acepción 6ª del diccionario de la RAE (ocupación, tarea). En verdad, la formación de la infancia y la juventud, en la familia primero, luego en barrios, colegios y universidades es una ocupación, una gran tarea nacional, completamente abandonada (“tarea de todos, tarea de nadie”). Este empeño debería resultar un poco más sencillo que el de reeducar a los intolerantes, vociferantes y agresivos “ya formados”, que pretenden implantar sus posiciones por medio de la imposición violenta. Quizás con ellos la reeducación no resulte, pero aquí podría pasar algo parecido que lo que podría ocurrir con las vacunas contra el Covid-19. En la medida que el porcentaje de población mundial no vacunada disminuya sustancialmente, todos estaremos protegidos, incluso los no vacunados. Asimismo, si creamos contextos y oasis de tolerancia, diálogo y respeto, cada vez irá quedando menos espacio para los vociferantes agresivos y violentos.
En verdad, no necesitamos un Ministerio de Relaciones Interiores para estos menesteres, porque ellos son de todos: personas, grupos, todas las instituciones del Estado, partidos políticos, organizaciones sociales y sociedad civil.
En Chile tenemos la tendencia a creer que todo se resuelve con leyes y/o con palabras. Pero, la solución no es semántica. Por ejemplo, el cambio de nombre del SENAME por Mejor Niñez, por sí solo no resuelve sus graves problemas. Tampoco el cambio de nombre del Transantiago por Red. Este peligroso e insuficiente camino nos lleva a recordar los Ministerios de 1984, del genial y desgraciadamente muy vigente Orwell. La función del Ministerio de la Verdad no era la verdad, sino la falsificación de los acontecimientos históricos, transmitiendo una verdad única querida por el partido, también único. El Ministerio de la Paz fomentaba la guerra bajo la consigna del partido que “la guerra es paz”. El Ministerio de la Abundancia, supervisaba el racionamiento de todo tipo de bienes. Por último, el Ministerio del Amor reafirmaba la lealtad y amor de los ciudadanos de Oceanía hacia el Gran Hermano, a través del miedo, la tortura y el lavado de cerebro.
Todo parecido es pura coincidencia.
Pedro Barría Gutiérrez es abogado y mediador, miembro del Club del Diálogo Constituyente