Por Alejandro Führer.- Hace una década atrás, el PNUD y la OEA lanzaban un libro que ponía de manifiesto la crisis de representación que afectaba a las democracias en América Latina. El diagnóstico identificaba al menos tres déficits básicos: en primer lugar, la captura de temas fundamentales de la agenda democrática en los así llamados “poderes fácticos”; en segundo término, la insuficiente transparencia y rendición de cuentas de los “poderes públicos” y, en tercer lugar, un Estado deficiente a la hora de asegurar derechos tangibles a la población. Había una evidente asimetría de poder en el ejercicio democrático. Ese libro llevaba por título: Nuestra Democracia.
¿Qué ha ocurrido desde entonces? Es sinuoso el camino, con resultados distintos para cada país y en algunos, como Venezuela, con consecuencias muy dramáticas. Lo cierto, es que las democracias después de una prolongada etapa de consolidación institucional, no han podido avanzar hacia umbrales de desarrollo con más inclusión social y mejores garantías de bienestar. Pese al sostenido crecimiento económico y el buen comportamiento frente a crisis económicas de alcance global, América Latina está aún muy lejos de alcanzar mínimos estándares civilizatorios que contribuyan a la paz y cohesión social de sus pueblos. Tenemos democracias más sólidas, pero también muy desiguales.
Las movilizaciones estudiantiles de 2011 y el “estallido social” de octubre de 2019, son portadores de un cuestionamiento global al modelo de desarrollo que ha seguido nuestro país por varias décadas. Se trata de movilizaciones masivas con amplio respaldo ciudadano que cuestionan severamente no solo los resultados económicos del “modelo”, sino también a sus actores políticos e institucionales.
Algo en nuestra democracia no anda bien, hace rato y no hemos sido capaces de dar cauce a esos anhelos de mayor prosperidad y bienestar, por algo resonaba fuerte esa frase que decía: “no son 30 pesos, son 30 años”. Un malestar que fue diagnosticado tempranamente a fines de los años 90 por el PNUD y que derivó en un explosivo estallido a fines de esta década con expresiones de inusitada violencia y atropellos a los DDHH.
Hasta aquí el balance podría adquirir un semblante muy pesimista, sin embargo, hay acontecimientos positivos en los últimos meses que fundan un nuevo aliento y que muestran un camino -resiliente y tenaz- pese a las tensiones políticas que experimentamos y la contingencia global del coronavirus que amenaza la salud de las personas en todo el mundo.
Lo que ocurrió en Chile en el plebiscito nacional del domingo 25 de octubre es simplemente asombroso. No solo por la aprobación abrumadora para terminar con la constitución de 1980 y elaborar una nueva carta magna con miembros elegidos directamente para ese fin; sino aún más, por la histórica participación electoral que concitó. En efecto, en plena pandemia, con 7 meses de extensas cuarentenas a lo largo del país y aún con el miedo a contagiarse, un 51% del padrón electoral salió a votar, más que en la última elección presidencial. En números absolutos, se trata de la votación con más participación en la historia de Chile.
Pero no solo fue masivo, también fue impecable. Antes de terminar el día, el 98% de las mesas del país estaban contabilizadas, subidas a la web, cualquier ciudadano podía examinar qué había ocurrido en el país, en su región y ¡en su comuna! Nadie puso en duda los resultados obtenidos. Muchas personas que fueron a votar se encontraron con largas filas antes de ingresar a los recintos de votación y pese a las dificultades, supieron esperar y contribuir a las medidas sanitarias para mitigar el riesgo de contagiarse. No fue fácil, pero lo hicimos.
Más recientemente, las elecciones primarias convocadas para elegir a candidatos a gobernadores de los pactos de oposición y gobierno, marcan un punto de inflexión también en la manera cómo nuestra democracia añade más poder a los ciudadanos y ciudadanas a la hora de definir candidaturas que buscan un cargo de elección popular. Hay muchas lecciones que aprender de estas primarias, qué duda cabe, pero sellan un salto muy importante para avanzar hacia procesos electorales más transparentes, abiertos y participativos.
Nuestro chasis democrático está demostrando tener una enorme vitalidad, una capacidad resiliente para salir adelante, pese a las tensiones vividas y la intensidad que han tomado las manifestaciones ciudadanas del último tiempo. Es justo destacar el acuerdo nacido la madrugada del 15 de noviembre del año pasado, un paso decisivo de prácticamente todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria, para forjar un itinerario constitucional que permitirá tener la primera constitución nacida participativamente en Chile y la primera en el mundo con paridad de género.
Tenemos una democracia tensionada, pero robusta. No está exenta de dificultades. Ninguna lo está. En esa constante sensación de crisis que parece pernoctar en las percepciones, a menudo no vemos, las fortalezas de nuestro sistema democrático. El esfuerzo acumulativo de varias generaciones para conseguir la estabilidad que nos permite diseñar un camino en medio de tanta incertidumbre. Eugenio Tironi en un artículo escrito después del plebiscito destacaba especialmente la alta participación de la juventud: “Si el 25-O ha inaugurado una nueva etapa de la democracia chilena empujada por la esperanza de los jóvenes, entonces a ellos les corresponde defenderla”. Se avecina un tiempo apasionante, un momento único y extraordinario que mostrará nuevamente todas las virtudes de Nuestra Democracia.
Alejandro Führer es sociólogo, coach y consultor
Artículo publicado originalmente en el blog www.alejandrofuhrer.cl