Por Juan Medina Torres.- Hasta principios del siglo XXI, la designación de un candidato o candidata a Presidente de la República de Chile, era tarea de los partidos políticos y constituía uno de los momentos más significativos del conglomerado, ya que el designado o designada representaba los idearios políticos de la colectividad ante el electorado, y expresaba el deseo de alcanzar el poder supremo de la nación, o sea, era necesario tener un programa de gobierno.
Además de su capacidad política, el elegido o elegida debía exhibir una larga carrera política, de la cual dependía el éxito o fracaso en la elección y la ubicación del partido patrocinante en el futuro, ya sea en el oficialismo o en la oposición, con la cuota de poder correspondiente.
Hoy ya no es necesario tener experiencia política, porque en la designación juegan un rol importante los medios de comunicación y las redes sociales, mientras que los partidos y conglomerados deben inclinarse a lo que expresan las encuestas.
Así, entonces, las formas tradicionales de designación, fueron superadas por factores externos a la política misma, lo que genera consecuencias para la cohesión interna de los partidos, que exhiben un bajo nivel de participación. Ahora el proceso de designación es más simple porque basta con que la persona designada tenga imagen mediática, capacidad de escenificación y diga: ¡yo estoy disponible!
Este desplazamiento de lo más institucionalizado políticamente a lo menos institucionalizado concuerda con la falta de confianza que tienen las nuevas generaciones con el monopolio que ejercían los partidos políticos en la elección de candidatos. Falta ver si este proceso es un avance o un retroceso en la institucionalidad democrática.
Teniendo presente que el futuro mandatario o mandataria que elegiremos los chilenos el 2022 tendrá la difícil tarea de encausar democráticamente las demandas sociales que empezaron a manifestarse en octubre del año 2019, es lícito pensar sobre las cualidades que debe exigir la ciudadanía al candidato o candidata al poder supremo.
Pienso que una de sus cualidades debe ser la humildad intelectual para reconocer sus deficiencias y capacidad para hacer los cambios políticos, económicos, culturales, comunicacionales que se están generando día a día en nuestra sociedad al calor de las movilizaciones, teniendo en cuenta que no tendrá espacio para la improvisación. O sea, le pido una comprensión de la realidad social. ¿Y usted, qué le exige?
Todos sabemos que Chile es un país de una enorme desigualdad con un grave problema de distribución del ingreso, con elites abusivas del poder, con altos niveles de desconfianza por incumplimiento de promesas, con instituciones políticas, sociales, económicas y religiosas percibidas como ineficaces y corruptas. Las enunciadas son algunas de las causas del descontento social.
También sabemos que nos encontramos en un contexto histórico muy interesante desde el punto de vista de una nueva institucionalidad. Por ello, necesitamos -para el cargo de Presidente- un o una líder que cumpla con lo que promete considerando que cada una de sus decisiones comprometen el desarrollo social, económico y político del país y construyen confianza.
En definitiva, quiero resaltar la enorme responsabilidad que cada uno de los chilenos tenemos en la elección de sus autoridades y en especial al cargo de Presidente, a fin de no tener la amarga experiencia de caer en populismos basados en liderazgos personalistas sustentados por redes clientelistas.
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