Por Pablo Gabe – La libertad de elección es uno de los conceptos básicos que describen la autonomía de los seres humanos para elegir libremente entre, al menos, dos caminos u opciones. Esta facultad se ejerce sin injerencia de un externo y es un reflejo de dicha independencia que todos, en tanto seres humanos autónomos, poseemos para tal determinación.
Siguiendo este hilo temático, a la hora de elegir una pareja para desarrollar un proyecto familiar, profesional o simplemente un esparcimiento como podría ser compartir un viaje es necesario que la libertad se ejerza en doble sentido. Son dos los actores que forman parte de la escena y por lo tanto, son los dos quienes libremente deben elegir compartir esa experiencia que está cercana a iniciarse. El elector y el elegido deben ser agentes activos de esta relación, imaginando que hay alguien que toma la iniciativa y otro que la recibe, sin perjuicio que implique una imposición de uno sobre el otro[1].
En el campo de lo religioso, donde las relaciones dejan de ser entre iguales, la divinidad ocupa el lugar de activo, mientras que el religioso, la persona de fe que elige libremente participar en dicho colectivo, estaría sometiéndose a un determinado código de conducta, establecido por dicho sistema. Parecería una trampa epistemológica. ¿Elegimos libremente, pero al mismo tiempo dicha elección implica someternos a un régimen que nos indica cómo conducirnos?
En el marco del pueblo judío, el concepto de pueblo elegido debe ser comprendido desde el interior del mismo y en el contexto en que los textos judíos así lo describen. El pacto entre Dios y el pueblo de Israel puede encontrarse en diferentes pasajes de la Biblia, pero el corazón del mismo sucede a los pies del Sinaí (Éxodo, caps. 19-20), en un contexto definido. La revelación de Dios al pueblo a través de la entrega de la ley es la experiencia que marca esta elección.
Dicha voluntad se expresa en el cumplimiento de los diez mandamientos que acompañan este pacto, los que reflejan el origen de la normativa occidental: La necesidad de un descanso sabático para la humanidad, el respeto por la vida y la integridad del otro en todos los aspectos, el establecimiento de patrones culturales para la sexualidad, etc.
¿Cuál es el contexto en el que el pueblo judío es elegido por Dios? La entrega de la norma, el cumplimiento de la voluntad de Dios en la tierra. Por tanto, tenemos un primer axioma: La elección no lo coloca en un lugar de superioridad per se, sino como un instrumento para ejercer una determinada vida religiosa junto a todos los seres humanos, sin que esto último implique una obligación hacia todos de sumarse al pacto o al pueblo.
Tenemos hasta aquí la postura del elector. Una segunda capa de análisis es el rol del elegido. ¿El pueblo acepta su condición de tal?
La tradición judía no puede ser entendida sólo a través de las palabras de la Biblia, ignorando la interpretación posterior y milenaria que nos acompaña hasta nuestros días. Quien así lo hace, lamento informar que no está analizando al judaísmo sino solo a su primer y muy reducido estadio. Los sabios (Talmud Babilónico, tratado de Shabat 88a) analizan la escena de Sinaí.
El texto bíblico sostiene que el pueblo estuvo ‘en lo bajo de la montaña’ (Éxodo 19:17). Algunos intérpretes toman esta expresión y entienden que Dios colocó la montaña encima del pueblo, diciéndoles que ‘si aceptan la ley, va a ser bueno para ustedes, pero que si no la acatan allí será su sepultura’. ¿Es acaso esto una libre elección, o más bien una imposición? Me gustaría dar una respuesta a esto, a través de una de las obras más influyentes del siglo XX: El malestar en la cultura.
La tesis principal de Freud trabaja sobre el hecho que todos los seres humanos vivimos bajo un sistema cultural, el cual se nos impone desde antes de nacer. Arribamos a este mundo con un lenguaje que nos es pre-existente y es solo a través de él que hablamos.
No elegimos cómo hablar, sino que el sistema nos asigna. ¿Podríamos optar por no vivir bajo ese sistema cultural? Como lo ilustrara Thomas Hobbes cuando desarrolla el supuesto Estado de Naturaleza, al mismo tiempo que siguiendo a Freud, cada uno desataría sus pulsiones eróticas y tanáticas sin control alguno.
Por lo tanto, aun con el malestar que genera la cultura impuesta por un externo superior, la civilización para ser tal, requiere de la existencia de un sistema de normas que regule el comportamiento entre los seres humanos.
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¿Cuál es entonces la razón por la cual el pueblo judío es el pueblo elegido por Dios? Es una elección impuesta para cumplir con su voluntad, que no es sino la puesta en práctica de normas que son la base de la civilización occidental, aceptadas por gran parte del mundo. No hay superioridad alguna sino una responsabilidad en desempeñar un rol activo a través del cumplimiento.
¿Somos felices en este rol que se nos impone, o es más bien un malestar constante? ¿Volvemos a elegir diariamente esta condición, responsabilizándonos por ella, o buscamos eludir y abrazar otra forma de vida? Son preguntas válidas que, en el crisol de interpretaciones, encuentra múltiples respuestas. Pero ellas deben ser analizadas en el seno del pueblo judío, a través de sus propios actores y no a través de personas externas que, lejos de buscar comprender, cosifican destilando un profundo odio hacia el pueblo judío y sin dejar de mostrar una profunda ignorancia.
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