Por Manuel Férez.- Hace unos días Botakoz Kassymbekova, profesora de la Universidad de Basilea, publicó un estupendo artículo en Foreign Policy titulado “The Road to Democracy in Russia Runs Through Chechnya” en el que expuso la vigencia de la nostalgia imperialista en la Rusia contemporánea y su negativa a abandonar esa autopercepción y visión colonialista sobre los países y naciones que componen el espacio post soviético y que por más de tres décadas ha exigido, en la mayoría de los casos, una reformulación de sus relaciones bilaterales con Moscú de una posición de sumisión a una de igualdad entre Estados soberanos e independientes.
La agresión rusa a Ucrania, que ya se extiende por más de nueve años, nos demuestra que los procesos de democratización en Rusia y la normalización de sus relaciones con sus vecinos han fracasado. A pesar de los esfuerzos realizados por Estados Unidos y la Unión Europea por ayudar a la transición a la democracia en Rusia las pulsiones agresivas rusas han prevalecido como lo demuestran los numerosos crímenes perpetrados por Rusia en suelo ucraniano.
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Desde 2014, cuando la Rusia de Putin invadió y se anexionó ilegalmente la península de Crimea y comenzó el largo proceso de desestabilización del este de Ucrania (el Donbás) con los llamados “little green men”, grupos paramilitares rusos y pro rusos financiados y controlados por Moscú, Rusia ha mantenido una política militarista, colonialista y genocida no sólo contra el Estado ucraniano sino contra la nación ucraniana, misma que los propagandistas de Moscú no se cansan de insultar, negar y amenazar con la extinción. Basta ver cualquier programa de la televisión rusa para escuchar a esos analistas llamar “cucarachas”, “perros”, “ratas”, “satanistas”, “nazis” y demás insultos a los ucranianos y ucranianas que hoy le presentan una resistencia admirable a los impulsos expansionistas no sólo de un Putin que es un mero síntoma de la enfermedad política de amplísimos sectores de la sociedad rusa. Esta no es la guerra de Putin, es la guerra de Rusia contra Ucrania y como tal debe ser abordada y comprendida.
La renovación de la agresión rusa contra Ucrania que inició en febrero de 2022 es sólo la última escena de un largo proceso de agresión rusa hacia naciones y países con movimientos centrífugos a su control. Las dos guerras ruso-chechenas (que incluyeron una satanización internacional del pueblo checheno); la agresión rusa contra Georgia en 2008 (que continúa hoy con una ocupación el 20% del territorio georgiano) y la constante agresión a Ucrania (sin olvidar el apoyo ruso al régimen genocida de Bashar Al Assad en Siria) son muestras fehacientes de que Rusia mantiene esa visión colonialista e imperialista generada en la época zarista, seguida durante el periodo soviético y renovada con Putin y sus cómplices.
Siendo testigo de todo esto desde América Latina lo que me resulta realmente increíble es que el imperialismo y colonialismo ruso contemporáneo pasen aún desapercibidos e ignorados por nuestros analistas, la mayoría de los cuales opinan sobre Ucrania sin el mínimo de conocimiento de su historia, cultura e identidad. Ya ni vale la pena detenerse en la apología inmoral que regímenes latinoamericanos autodefinidos como antiimperialistas (como Bolivia y Venezuela) hacen de Putin, su dictadura y sus violaciones a derechos humanos.
Una de las razones para esa oscurantismo sobre Ucrania tiene sus raíces en la equiparación intelectual de la antigua URSS con Rusia lo que lleva a que muchos de los que opinan sobre la actual agresión rusa a Ucrania ignoran que Moscú utilizó constantemente la represión brutal para subyugar a naciones con culturas, identidades e historias distintas durante todo el periodo soviético. Métodos heredados y aplicados por un Putin que se niega a reconocer la igualdad y soberanía de países como Georgia, Ucrania, Armenia e incluso Polonia, Finlandia y los países del Báltico.
La urgencia de hoy es igual a la urgencia de la década de los noventa del siglo XX cuando surgieron muchos países independientes post soviéticos que buscaban un lugar propio en el concierto internacional más allá de los designios de Moscú. Los países latinoamericanos, que hemos sufrido en nuestra historia muchos procesos imperialistas y colonialistas, debemos aprender la verdad sobre Rusia y sus procesos imperiales y colonialistas. En medio de la agresión genocida rusa contra Ucrania los académicos tenemos la obligación de ayudar a visibilizar a Ucrania como objeto de estudio por sí mismo y crear conciencia de que Rusia es una potencia colonialista a la que se resisten legítimamente muchos pueblos, uno de ellos el ucraniano.
Polacos, estonios, letones, lituanos, georgianos, finlandeses, naciones no rusas parte aún de la Federación Rusa e incluso amplios sectores sociales en Armenia y los países de Asia Central, saben que esta no es la guerra de Putin (como algunos en Occidente quieren creer) sino una pulsión violenta de la vieja enfermedad rusa: la mentalidad imperial que sobrevivió a la implosión de la URSS, hecho que el mismo Putin calificó como la mayor catástrofe del siglo XX.
Han pasado más de tres décadas del fin de la URSS y aunque los nostálgicos trasnochados en América Latina lo nieguen aún existe una errónea mentalidad en la cual Rusia es superior en todos sentido a sus antiguas colonias. Es vergonzoso que intelectuales, académicos y políticos latinoamericanos nieguen el derecho de las naciones post soviéticas, ahora soberanas, a decidir sobre sus propios asuntos internos, orientar su política exterior como les de la gana y, sobre todo, construir estados de derecho, democráticos y funcionales.
Para tener una comprensión de la lógica subyacente a la agresión rusa contra Ucrania debemos aprender a ver a Rusia como lo que es: un imperio en ruinas que de manera desesperada pretende revertir el desarrollo de la historia en el cual el colonialismo, en todas sus formas, no tiene cabida y es repudiado por la sociedades libres.
Ucrania, con todos los defectos que uno le pueda encontrar, hoy representa la resistencia a ese caduco colonialismo y debe ganar no sólo en el campo de batalla sino en el de las ideas para que la misma Rusia comience el largo proceso de ajuste de cuentas con su propia historia imperial, sus crímenes y avance a un futuro realmente democrático.
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