Por Carlos Cantero.- Estuve una semana en Santiago por temas profesionales y diálogos políticos con diversos sectores. El efecto pandémico distanció mis viajes a la capital, por lo cual es fácil percibir y describir el primer impacto. Salir del nuevo Aeropuerto Arturo Merino Benítez es una gran experiencia. Nos pone de cara a una realidad de país desarrollado, con instalaciones muy modernas y autopistas que denotan alto estándar de diseño y funcionalidad, que dignifica a los usuarios. Es como estar en cualquier país de primer mundo.
Sin embargo, basta avanzar unos pocos kilómetros por esas autopistas para enfrentar una ciudad deteriorada, plenamente rayada, con locales fortificados, un Santiago Centro pleno de mal gusto, de infraestructura destruida, de paredes rayadas, de mobiliario urbano dañado, hasta llegar al punto cero (Plaza Baquedano), que es como un campo de batalla a la espera del próximo enfrentamiento.
Luego, cuando se sale del centro urbano y se sigue circulando hacia los sectores de las cotas más altas y comunas alejadas del Santiago Centro, la ciudad vuelve a mostrar una realidad de alto confort. Mientras más se sube en la cota, mejor es la calidad y el nivel de vida. Hasta llegar a barrios que son tranquilos y hermosos. Es cierto, también hay sectores periféricos empobrecidos donde impera la delincuencia, la violencia, o la narco-cultura.
La pregunta que fluye es: ¿Cuál es el sentido de destruir el Centro de la ciudad? ¿Es qué no hay conciencia de que los únicos dañados son los sectores medios y los más pobres? ¡Son ellos los usuarios de esa infraestructura y de ese mobiliario urbano! Es un hecho incuestionable que la calidad de vida de los que trabajan o viven en ese entorno está gravemente dañada. Este cuadro general representa la realidad en todas las ciudades del país.
En las ciudades se percibe un sentimiento de indefensión, la vigencia de la ley de la selva. En cualquier momento surge el desorden, el caos y la violencia de sectores marginales, particularmente juveniles. Las autoridades normalizan o nada hacen al respecto. Resulta evidente que la institucionalidad no está funcionando. Se dejan pasar abusos de sectores idiotizados. En el sentido griego del concepto “idiotes”, aquellos que no se hacen cargo de las consecuencias de sus acciones y omisiones públicas.
La sensación al recorrer la ciudad y conversar con la gente, con los taxistas y en las reuniones, es de una gran falta de sintonía entre la agenda política, la Convención Constituyente y la ciudadanía. Otra cosa que se evidencia es la invisibilidad de liderazgos, el debilitamiento del sentido de autoridad, el deterioro del sentido de orden, disciplina y respeto general. El Gobierno parece vivir un proceso de instalación interminable, mostrando mucha inexperiencia y debilidades. “Otra cosa es con guitarra” es la expresión que más escuché.
Carlos Cantero Ojeda, Geógrafo, Máster y Doctor en Sociología. Ha sido Alcalde, Diputado y Senador.
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