El mundo que se vislumbra con esa pléyade de derechas es oscuro. Un mundo de rechazos mutuos y de ver al prójimo como un enemigo. Un mundo en que muere la libertad del que no tiene, y donde fluye la del que tiene (más que neoliberal, anarco capitalista). Un mundo donde el pensamiento, la reflexión intelectual y lo colectivo pierden valor y son perseguidos.
Por Alvaro Medina J.– Madrid fue en estos días escenario de una reunión internacional que marca al mismo tiempo el carácter de nuestra época y el futuro de las décadas que vienen.
El partido político VOX, conocido por su postura de ultraderecha conservadora y nacionalista, organizó una convención denominada “Europa Viva 24” en el Palacio de Vistalegre en Madrid, en la que reunió a líderes internacionales de ese extremo.
Se trató de un cónclave de quienes tienen como mínimo común múltiplo el ensalzamiento de la libertad individual a ultranza (de quien lo merezca); el odio a lo extranjero (cuando esa condición viene acompañada de pobreza); y el discurso permanente del miedo sobre el cual construyen el edificio que permite restar libertades y derechos en pos de una supuesta recuperación de la seguridad.
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A dónde lleva la cultura de la cancelación
En la historia, esa tríada ha venido siempre acompañada de la marginación y cancelación (y hasta la muerte) de quienes piensan distinto.
No se trata de un fenómeno nuevo, pero no se veía algo así desde la Segunda Guerra Mundial.
Las conferencias de Hendaya y Bordighera
El 23 de octubre de 1940, tuvo lugar una conferencia al más alto nivel entre Francisco Franco y Adolf Hitler en la estación de tren de Hendaya, en la localidad francesa de Hendaya.
El objetivo de esta reunión era negociar las condiciones de una posible intervención española en la Segunda Guerra Mundial junto a las potencias del Eje, lo que nunca lograron.
Durante la reunión, Hitler pretendía asegurarse el control de Gibraltar para derrotar a Gran Bretaña, y veía en Franco un colaborador necesario para llevar a cabo su estrategia de conquista.
Unos meses después, el 11 y 12 de febrero de 1941, Franco, Hitler y Mussolini se reunieron, pero en reuniones bilaterales separadas. Nunca estuvieron los tres juntos. Esto fue en la localidad italiana de Bordighera, primero Hitler y Mussolini el día 11, y en la jornada siguiente, Hitler y Franco.
Un evento mentiroso
La reunión de Madrid de los últimos días es distinta. Podría decirse que sólo faltaron Trump, Netanyahu y Bolsonaro para completar el naipe.
Se trató de un evento mentiroso, bajo el falso estandarte de la libertad. Y, sin embargo, significó la ostentación del pseudo nacionalismo y su poder internacional. Varios jefes de Estado y de Gobierno, como Javier Milei (presidente de Argentina) y Giorgia Meloni (primera ministra de Italia), y Víctor Orbán (primer ministro de Hungría), y otros que han aspirado a serlo o han estado a punto, como el chileno José Antonio Kast o la líder del partido Rassemblement National de Francia, Marine Le Pen.
Tristemente, su avance en el mundo se produce sobre la base de movimientos de izquierda extrema o woke que han extremado sus discursos, y han desplazado o destruido al centro político, haciendo que para la mayoría sea, cuando menos, tolerable la el discurso autoritario de la ultraderecha, heredera de los protagonistas de Hendaya 1940 y Bordighera 1941.
El problema es cuando el mundo no sólo tolera el discurso, sino que acepta también la práctica, cediendo sus libertades y derechos.
La ultra derecha reunida en Madrid no cree y no practica la democracia. Ni la nacional ni la internacional. Cree en el darwinismo social (el único darwinismo que acepta), se baña en dogmas y pugna por los liderazgos sectarios, carismáticos y absolutos propios de la vocación mesiánica.
Esto último tiende a ser su perdición y convierte a los fascismos de derecha (esencialmente personalistas) en pesadillas que tienen vencimiento, a diferencia de los fascismos de izquierda, que han mostrado un carácter más corporativo.
No obstante, mientras duran, pueden ser distópicos y terribles en su hipocresía. Sólo por poner un ejemplo: algunos de los más enconados líderes anti inmigración vienen de familias inmigrantes, como es el caso de Kast en Chile, Milei en Argentina, Bolsonaro en Brasil e incluso Trump, cuyo padre era alemán.
El mundo que se vislumbra con esa pléyade de derechas es oscuro. Un mundo de rechazos mutuos y de ver al prójimo como un enemigo. Un mundo en que muere la libertad del que no tiene, y donde fluye la del que tiene (más que neoliberal, anarco capitalista). Un mundo donde el pensamiento, la reflexión intelectual y lo colectivo pierden valor y son perseguidos.
Lo señala de manera preclara el escritor austríaco Stefan Sweig, que se suicidó en 1942 cuando vio que el mundo se oscurecía con la barbarie nazi fascista:
“Quien quiera instaurar una dictadura, para estar seguro de su dominio debe acallar por encima de todo a los eternos enemigos de cualquier tiranía: los hombres independientes, los defensores de la utopía inextirpable que es la libertad intelectual”.
La ostentación abierta de esos eslóganes, así como el desenfado con que lo toleran las sociedades y los medios de comunicación, nos muestra un mundo en decadencia que, derrotado en su capacidad de pensar, se entrega al autoritarismo. Después de eso, la palabra que vale es la adulación sin crítica, la ramplonería de los matinales, la vacuidad que deviene de la falta de pensamiento.