Por Juan Medina Torres.- Durante la Colonia, la ociosidad era la fuente de todos los vicios, de todos los desórdenes. Bajo esa premisa se obligaba a los ociosos a trabajar para despojarlos de su rasgo de inutilidad improductiva.
“Las justicias castiguen sus excesos con todo rigor, sin omisión, obligando a los que fueren oficiales a que trabajen en sus oficios, y si no lo fueren, aprendan en que ejercitarse o se pongan a servir, o elijan otra forma de vida, como no sean gravosos a la república, y den cuenta a los virreyes de todos los que no se aplicaren a algún ejercicio: y por el estrago que hacen en las almas estos vagabundos ociosos y sin empleo, viviendo libre y licenciosamente, encargamos a los prelados eclesiásticos que usen de su jurisdicción cuanto hubiere lugar a derecho: y si los virreyes, presidentes y gobernadores averiguaren que algunos son incorregibles, inobedientes o perjudiciales, échenlos de la tierra y envíenlos a Chile, a Filipinas u otras partes”.
Así instruía el Rey Felipe II a los virreyes en 1595.
Este discurso sobre la ociosidad se fue consolidando con el correr del tiempo y avaló la estructuración de un sistema laboral basado en abusos, porque los “ociosos” conformaban la plebe y respecto a estos había que actuar “por la razón o la fuerza”, según el lema del famoso corregidor Luis Manuel de Zañartu e Iriarte, quien asumió el cargo de Corregidor y Justicia Mayor de Santiago el 11 de Diciembre de 1762.
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El historiador Francisco Antonio Encina le atribuye a Zañartu una potente personalidad y liderazgo firme, unido a un carácter marcadamente inflexible y severo y agrega que “ Manuel de Zañartu se propuso hacer por sí solo, en el espacio de una vida, lo que en la historia, hasta hoy día, sólo ha realizado la influencia muchas veces secular de la coerción social: imponer al mestizo el hábito del trabajo, la sobriedad, la honradez y el tipo de vida correspondiente a un pueblo civilizado”.
Para Encina, los únicos medios, que tenía Zañartu para cristalizar su objetivo eran «los azotes, los grillos y los trabajos forzados».
Ociosidad en la historia corregida con trabajo duro
Racionalizar el tiempo del ocio, esa era la premisa imperante en una sociedad marcada por el orden y donde el que no trabajaba era tachado de delincuente. Los lugares de reunión como pulperías, canchas, chinganas y diversos lugares públicos eran vigilados porque en ellos se desviaba de las obligaciones a la gente de trabajo.
Alejandra Araya Espinoza, en su obra: “Ociosos, vagabundos y malentretenidos en Chile Colonial”, cita los expresado por el corregidor Zañartu, en un expediente donde opinaba que “… las pulperías son la perdición de todos, pues los hacendados dueños de obras, y otros que les es preciso valerse de peones, no concluyen sus obras por falta de ellos, pues luego que se embriagan con el salario que ganaron en la semana, se mantienen en dichas pulperías siguiendo la borrachera hasta que ya no tienen que gastar hasta que se desnudan, y luego la falta que hacen a sus patrones por lo que se atrasan sus trabajos y faenas por ser todos o los más sin vergüenza ni honra…”.
Juan Medina es periodista y diplomado en Historia en la Universidad Católica de Chile y diplomado en gerencia Pública en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.