Por Alvaro Medina Jara.- “Para transformar el mundo, que es como crearlo de nuevo, deben cambiar los hombres de sicología. Mientras uno no se sienta real y prácticamente hermano de todos, no se realizará la fraternidad”. Se trata de una afirmación del padre Zossima, mentor espiritual de Aliocha Karamazov, en “Los hermanos Karamazov”.
Estas líneas resumen una concepción política y social que fue forjando el escritor ruso Fiódor Dostoyevski a lo largo de una vida de milicia, de epilepsia y de reclusión en Siberia debido a su participación en grupos antizaristas.
La exposición del Padre Zossima (un santón que está a punto de morir y que se transforma en el eje moral del más joven Karamazov) señala en pocas páginas el resumen de su concepción, como corolario ético en medio de la crisis que vive la sociedad rusa de entonces, y en contraposición al nihilismo de otro de los hermanos Karamazov, Iván.
Es inevitable pensar en un paralelismo de lo señalado por Dostoyevski y la sociedad actual:
“Este aislamiento que predomina por doquier, sobre todo en nuestros días, y que no ha adquirido todo su desarrollo y está aún muy lejos de sus límites. Cada uno tiende a aportar a su individualidad a la mayor distancia y desea retener egoístamente la vida en toda su abundancia y plenitud; pero todos sus esfuerzos no conducen a la plenitud de la vida, sino al suicidio, y en vez de conseguir lo que se proponía, se encuentra en el más completo aislamiento”.
El autor, a través del guía espiritual, afirma que “la humanidad está hoy desmenuzada en unidades, diseminada, cada hombre se mantiene en su agujero, alejado de los otros, escondiéndose a sí mismo y cuanto posee de los demás, y acaba por rechazarlos y ser él mismo rechazado. Los ricos se encumbran y piensan: “¡Qué fuerza tengo y qué seguridad!”, y no ven en su locura que cuanto más se encumbran, más se hunden en su importancia suicida, porque, acostumbrados a no confiar más que en sí mismos y obstinados en no creer en la ayuda de los demás, en la del prójimo y de la humanidad, todo es temblar por miedo a perder las riquezas y privilegios obtenidos por sí mismos”.
Solidaridad social
“Nadie quiere comprender -continúa el relato-, para escarnio de los hombres de nuestra época, que la verdadera defensa hay que fundarla en una solidaridad social y no en el esfuerzo individual aislado. Pero este individualismo nefasto ha de desaparecer inevitablemente, y comprenderán todos, en seguida, cuán irracional era vivir separadamente”.
Luego, se entrega una interesante versión de la libertad: “Interpretando la libertad como el aumento y la pronta satisfacción de deseos, desfigura el hombre su propia naturaleza, en la que tan disparatados y locos anhelos y hábitos y tan ridículos antojos se ceban. No se vive más que para la mutua envidia, para el lujo y la ostentación, y se considera una necesidad tener riquezas, amistades, coches, títulos y esclavos para el servicio, y por ello se sacrifica la vida, el honor y todo sentimiento de humanidad, llegando al suicidio… ¿Cómo se despojará el hombre de sus vicios, y qué puede esperarse de ese esclavo de sí mismo, acostumbrado a la satisfacción de todas las necesidades que se ha creado? Aislado en su egoísmo, ¿qué le importa el resto de la humanidad? Se han ido amontonando las riquezas, pero la alegría ha disminuido en el mundo”.
Y, finalmente, entrega un corolario: “La igualdad hay que buscarla solo en la dignidad de la conciencia”.
Se trata de un corolario importante, pues “Los Hermanos Karamazov” es la última novela de Dostoyevski, publicada cerca de un año antes de su muerte, donde plasma las conclusiones y dolores de una vida.